Caigo en la incertidumbre de un panteón onírico;
en el desiderátum de un ciego de volver a ver,
en la vertiginosa certeza del anciano que sabe
que su muerte se aproxima, bajo el compás
de unos versos perdidos en busca del sentido lírico;
pienso que el poeta deduce o imagina el saber,
y que la tinta y el papel conforman un jarabe:
la baba del Diablo que juró no probar jamás
Adán, quien cayó en manos del pecado
exculpándose sobre la curiosidad de Eva;
y la impertinencia de la lengua viperina
de un ofidio glauco y de reflejos dorados;
desde el inicio caigo, pero en mí algo se eleva:
y es el despertar de la ensoñación vespertina.
miércoles, 21 de diciembre de 2016
domingo, 11 de diciembre de 2016
El paradigma de Uróboros
Mucha gente opina sobre la injusticia que es la muerte, el trato que tiene con sus clientes, "sus formas", de las cuales se dice que, quizás, no sean las más adecuadas, y que, en todo caso, debería replantearse cambiar de sector laboral; pero en cambio otros, opinan que es la vida la injusta, dado que, como una déspota, no te permite elegir ni nombre ni sexo; ni familia ni país, por lo que, sin tú ser dueño de ti mismo (y tu circunstancia) caes en manos -invisibles, si se trata de una sociedad de tipo occidental- del azar.
Aunque muy poca gente se queja, arguye o discute sobre la injusticia del ser humano. Bueno, qué digo, señores, ¡claro que hay gente que protesta! Y mucha gente-de-tipo-protesta pertenece a un sector clave de la población: la que hay que salvar de la injusticia humana.
Imagínese caminar por la ciudad, cual emporio en su apogeo; luces, bullicio mercantil, aromas, ¡sabores...! Pero algo falla. No encuentra sentido alguno, durante el paseo, a todo lo que ocurre a su alrededor. Pamplinas, no pasa nada. Usted continúe con el paseo. El caso es, el quid de la cuestión es, el asunto, o el tema, es que dicha gente-que-protesta-por-nosotros suelen convivir con una desidia invisible (como la mano), un dolor que tarde o temprano aparecerá como si les cayera un rayo, una intensa desazón cuando descubran la fatalidad, el error cometido incesantemente y sin partida de regreso. No tuvieron en cuenta la injusticia del ser humano.
A veces me pregunto si el ser humano es ser una injusticia en sí, o si ser humano es una injusticia por sí sola, o si la injusticia recae sobre el ser humano como la nata sobre la leche y como la leche sobre el café. Tratándose del último caso, dicha injusticia no podría ir acompañada del complemento determinativo "del ser humano", pues quien la realiza dudablemente puede encajar en los convencionalismos de la palabra "humano". Rehilando el monólogo, me gustaría dejar bien clara la idea: esta rueda que es el mundo no avanza. Aceptaré que haya gente que esté dormida, cada cual requiere su tiempo para despertarse, no es ningún crimen, pero será intolerable quien -y siguiendo la corriente metafórica- con total impunidad, trate de impedir poder despertar a los demás.
El sector-que-hay-que-salvar anteriormente mencionado está siendo injustamente vapuleado por el resto, al cual intento referirme en esta parte del texto. Se acuden a manifestaciones, actos y asambleas de tres horas, donde compañeros y compañeras han de soportar la impertinencia del mundo que les rodea, donde los gritos que velan por la seguridad son silenciados a golpe de porrazo (nunca mejor dicho); donde se juzga y llena de oprobios a quien trata de luchar por unos derechos que nos pertenecen a todos. Nadie va a revolucionarse por ciencia infusa, todo el mundo es consciente de ello.
La nostalgia es buena, pero la esperanza es mejor, dicen, pero ¿qué esperanza? Si al tratar de iniciar el funcionamiento de una rueda antes te ponen un gato, o sino (y esto les viene muchísimo mejor) te ponen un impuesto, el cual sube con cada candidatura de gobierno diferente, porque la energía cinética de la rueda puede obtenerse de manera no lucrativa, y ello supone un avance. Para otros, un peligro.
Luego, hay otro tipo de ser humano, que se enfrenta junto a otro, y ambos, pertenecen al mismo sector el cual hemos de defender. El primero es el homo claudico, es decir, "el hombre que claudica" (se sobreentiende que por "hombre" decimos "humano", pero se recalca porque sino sería muy arbitrario), el hombre que se deja llevar por su mar de enojos y frustraciones y abandona todo proyecto de vida común.
Sin embargo, a contracorriente, se encuentra con el homo sperare, "el hombre que tiene esperanza", aquel que no permitirá que, por muchos sinsudores, lamentaciones, actos fallidos o sabotajes, la humanidad desista ante la injusticia, porque quedarse impávido ante esta, sería muy injusto.
Y mientras que usted sigue caminando, deteniéndose en los escaparates, probablemente rotos y saqueados en un futuro por la necesidad, continúe pensando, hasta llegar a casa, desvestirse y meterse en la ducha, acerca de las personas que velan (y no duermen al vivir en constante ruido) porque usted, y los hijos que Dios no lo quiera que tenga, puedan cerrar este circo, y cortar definitivamente la cadena de injusticias que se iniciaron desde el descubrimiento del ser humano.
Aunque muy poca gente se queja, arguye o discute sobre la injusticia del ser humano. Bueno, qué digo, señores, ¡claro que hay gente que protesta! Y mucha gente-de-tipo-protesta pertenece a un sector clave de la población: la que hay que salvar de la injusticia humana.
Imagínese caminar por la ciudad, cual emporio en su apogeo; luces, bullicio mercantil, aromas, ¡sabores...! Pero algo falla. No encuentra sentido alguno, durante el paseo, a todo lo que ocurre a su alrededor. Pamplinas, no pasa nada. Usted continúe con el paseo. El caso es, el quid de la cuestión es, el asunto, o el tema, es que dicha gente-que-protesta-por-nosotros suelen convivir con una desidia invisible (como la mano), un dolor que tarde o temprano aparecerá como si les cayera un rayo, una intensa desazón cuando descubran la fatalidad, el error cometido incesantemente y sin partida de regreso. No tuvieron en cuenta la injusticia del ser humano.
A veces me pregunto si el ser humano es ser una injusticia en sí, o si ser humano es una injusticia por sí sola, o si la injusticia recae sobre el ser humano como la nata sobre la leche y como la leche sobre el café. Tratándose del último caso, dicha injusticia no podría ir acompañada del complemento determinativo "del ser humano", pues quien la realiza dudablemente puede encajar en los convencionalismos de la palabra "humano". Rehilando el monólogo, me gustaría dejar bien clara la idea: esta rueda que es el mundo no avanza. Aceptaré que haya gente que esté dormida, cada cual requiere su tiempo para despertarse, no es ningún crimen, pero será intolerable quien -y siguiendo la corriente metafórica- con total impunidad, trate de impedir poder despertar a los demás.
El sector-que-hay-que-salvar anteriormente mencionado está siendo injustamente vapuleado por el resto, al cual intento referirme en esta parte del texto. Se acuden a manifestaciones, actos y asambleas de tres horas, donde compañeros y compañeras han de soportar la impertinencia del mundo que les rodea, donde los gritos que velan por la seguridad son silenciados a golpe de porrazo (nunca mejor dicho); donde se juzga y llena de oprobios a quien trata de luchar por unos derechos que nos pertenecen a todos. Nadie va a revolucionarse por ciencia infusa, todo el mundo es consciente de ello.
La nostalgia es buena, pero la esperanza es mejor, dicen, pero ¿qué esperanza? Si al tratar de iniciar el funcionamiento de una rueda antes te ponen un gato, o sino (y esto les viene muchísimo mejor) te ponen un impuesto, el cual sube con cada candidatura de gobierno diferente, porque la energía cinética de la rueda puede obtenerse de manera no lucrativa, y ello supone un avance. Para otros, un peligro.
Luego, hay otro tipo de ser humano, que se enfrenta junto a otro, y ambos, pertenecen al mismo sector el cual hemos de defender. El primero es el homo claudico, es decir, "el hombre que claudica" (se sobreentiende que por "hombre" decimos "humano", pero se recalca porque sino sería muy arbitrario), el hombre que se deja llevar por su mar de enojos y frustraciones y abandona todo proyecto de vida común.
Sin embargo, a contracorriente, se encuentra con el homo sperare, "el hombre que tiene esperanza", aquel que no permitirá que, por muchos sinsudores, lamentaciones, actos fallidos o sabotajes, la humanidad desista ante la injusticia, porque quedarse impávido ante esta, sería muy injusto.
Y mientras que usted sigue caminando, deteniéndose en los escaparates, probablemente rotos y saqueados en un futuro por la necesidad, continúe pensando, hasta llegar a casa, desvestirse y meterse en la ducha, acerca de las personas que velan (y no duermen al vivir en constante ruido) porque usted, y los hijos que Dios no lo quiera que tenga, puedan cerrar este circo, y cortar definitivamente la cadena de injusticias que se iniciaron desde el descubrimiento del ser humano.
martes, 8 de noviembre de 2016
Cruz marcada
Y sin mirar, disparaste.
Flechas gélidas desde un arco helado
con las manos ateridas.
Y sin esperarlo, acertaste.
Sin poder evitar que atravesaras
mi égida, me vi engañado por
los ojos ciegos del amor.
Nadie consigue ya llorar el campo,
Artemisa se ha convertido en la deidad olvidada;
quien no conoce a Dios venera a un santo,
en tu frente hay pura maldad, es la cruz marcada.
Nos robaron la Luna, Selene.
Nos encadenaron, Prometeo.
Olvidamos tu nombre, Mnemósine.
Claudicó tu lira, Orfeo.
Y sin acercarme, te esperé.
Y sin disparar, me miraste.
Flechas gélidas desde un arco helado
con las manos ateridas.
Y sin esperarlo, acertaste.
Sin poder evitar que atravesaras
mi égida, me vi engañado por
los ojos ciegos del amor.
Nadie consigue ya llorar el campo,
Artemisa se ha convertido en la deidad olvidada;
quien no conoce a Dios venera a un santo,
en tu frente hay pura maldad, es la cruz marcada.
Nos robaron la Luna, Selene.
Nos encadenaron, Prometeo.
Olvidamos tu nombre, Mnemósine.
Claudicó tu lira, Orfeo.
Y sin acercarme, te esperé.
Y sin disparar, me miraste.
Prometeo, José de Ribera. |
sábado, 1 de octubre de 2016
Alaridos de desaliento
Aparecióseme la mala suerte
escondida en un pastel,
en su acre sabor no quise reparar
¿quién pudo alguna vez engañar
al taimado Lucifer?
Sobre llantos y desesperación
se regocija en mi desgracia,
sobre sofismos e ilusiones
cubre sus falacias.
Pervierte a los humanos
y se torna en su falso salvador,
¿qué guardián nos librará
de la falsa verdad?
¿Quién desmantelará el velo
del impío protector de la humanidad?
Símbolos parejos,
vetustas lenguas
revelaron futuros
inherentes al presente.
Símbolos parejos,
¿el dólar o el tridente?
Tantos son sus nombres que se ha vuelto innombrable;
falso pastor del rebaño, dómine inmerecido del trigésimo tercer escaño.
Díctanos un íncubo que cohabita con el capital,
entonces ¿por qué te preguntas aún cómo se podría llamar?
El diablo es ojizarco, se nutre de vagidos
y se vanagloria en nuestra nescencia.
Padre y Señor de remotos sátrapas,
ejerce la dictadura de la Avispa
contra los Tábanos.
Corazón necrorromántico y experto
en ardides nefarias.
Se regodea de que en cuanto a conciencia
vivamos en periodo de lactancia.
En Occidente estamos sometidos
a una serpiente con labia,
en Oriente aún pagan
las taras de nuestra democracia.
Seduce nuestras almas; las cubre de dinero,
nos condena a una interminable ablepsia;
vulgo amordazado, en la Tierra su dominancia
debería ser apátrida.
A sabiendas de nuestra negativa resistencia
dime hijo de Gea,
¿por qué no te rebelas?
escondida en un pastel,
en su acre sabor no quise reparar
¿quién pudo alguna vez engañar
al taimado Lucifer?
Sobre llantos y desesperación
se regocija en mi desgracia,
sobre sofismos e ilusiones
cubre sus falacias.
Pervierte a los humanos
y se torna en su falso salvador,
¿qué guardián nos librará
de la falsa verdad?
¿Quién desmantelará el velo
del impío protector de la humanidad?
Símbolos parejos,
vetustas lenguas
revelaron futuros
inherentes al presente.
Símbolos parejos,
¿el dólar o el tridente?
Tantos son sus nombres que se ha vuelto innombrable;
falso pastor del rebaño, dómine inmerecido del trigésimo tercer escaño.
Díctanos un íncubo que cohabita con el capital,
entonces ¿por qué te preguntas aún cómo se podría llamar?
El diablo es ojizarco, se nutre de vagidos
y se vanagloria en nuestra nescencia.
Padre y Señor de remotos sátrapas,
ejerce la dictadura de la Avispa
contra los Tábanos.
Corazón necrorromántico y experto
en ardides nefarias.
Se regodea de que en cuanto a conciencia
vivamos en periodo de lactancia.
En Occidente estamos sometidos
a una serpiente con labia,
en Oriente aún pagan
las taras de nuestra democracia.
Seduce nuestras almas; las cubre de dinero,
nos condena a una interminable ablepsia;
vulgo amordazado, en la Tierra su dominancia
debería ser apátrida.
A sabiendas de nuestra negativa resistencia
dime hijo de Gea,
¿por qué no te rebelas?
Gustave Doré, La divina comedia. |
jueves, 1 de septiembre de 2016
Lluvia del tiempo
Pedaleo mis recuerdos y hablo en sueños,
en mis somniloquios nocturnos
confabulo queriendo entregar al Sol
por una flor amarilla en mi jardín lunar.
Monólogos sonámbulos en un harén de flores ásperas,
buscando sin saberlo un diente de león
que sepa cómo acariciar suavemente mis mejillas,
con la misma delicadeza con la que se sostiene una tacita de té.
Duermo entre cumunolimbos mullidos,
como un Olimpo de nubes construido,
y allí es donde pienso, luego siento;
donde siento, luego sufro;
donde sufro, luego aparece el llanto.
Y la gente aún sin explicarse por qué llovió
cuatro años, once meses y dos días.
en mis somniloquios nocturnos
confabulo queriendo entregar al Sol
por una flor amarilla en mi jardín lunar.
Monólogos sonámbulos en un harén de flores ásperas,
buscando sin saberlo un diente de león
que sepa cómo acariciar suavemente mis mejillas,
con la misma delicadeza con la que se sostiene una tacita de té.
Duermo entre cumunolimbos mullidos,
como un Olimpo de nubes construido,
y allí es donde pienso, luego siento;
donde siento, luego sufro;
donde sufro, luego aparece el llanto.
Y la gente aún sin explicarse por qué llovió
cuatro años, once meses y dos días.
Ilustración de Moonassi. |
sábado, 20 de agosto de 2016
Las lunas del subconsciente
Hubo un momento en el que no pude dejar de abrir puertas. Girar el pomo, a veces redondo y otras veces de forma aguileña, en el que tenía que hacer una fuerza suspensoria; para luego pasar y encontrarse otra puerta. Puerta tras puerta, con esa palabra inmortal incrustada en las puertas de mi mente. Ni siquiera podía cambiar de palabra; ni pórtico, ni portal, ni tan sólo umbral aunque fuera.
Seguía y seguía abriéndolas, intentando encontrar algo más allá de un punto que me llevase al mismo, y así sucesivamente.
Lo último que recuerdo es que estaba en mi despacho, como de costumbre, traduciendo un libro y añadiendo mis propias notas acerca del libro. No recuerdo bien la historia, sólo sé que estaba escrito en cirílico y lo transcribía al catalán. Hòsties, pensaba mientras leía el libro. Su autor alimentaba los soliloquios del protagonista con elementos literarios y artísticos de tal complejidad que no me dejaban trabajar a gusto. Quise encargarme también de añadir notas y aclaraciones, ya que el texto en sí era muy denso y me obligaba a hacer prácticas dignas del metarrelato, dado que su riguroso personaje no dejaba de sumergirse en los profundos lagos de la metafísica.
En un momento de mi tarea como traductor, me di cuenta de que el escritor estaba asesinando a su dichoso personaje. Este se perdía en laberintos de retórica -pues trazaba caminos con las palabras entremezclados de un modo casi paranoide-, y no lograba salir de su propia trampa. Era como si padeciera una amnesia discontinua que no le permitía enlazar bien sus pensamientos. Empecé a tener dudas sobre si el autor en cuestión estaba seguro de lo que quería decir, y en la parte inferior del libro agregué:
N. del T.: el protagonista muere al final de un paro cardíaco, en una sala blanca de sanatorio. Y seguí tan campante traduciendo el libro. Elegí el paro cardíaco como alusión a las palabras antes mencionadas, estas representaban la sangre circulando de manera inconexa, y después, un ineludible parón.
Súbitamente, me quedé en shock; más tarde, en coma, después abriendo puertas, y luego hasta aquí. Estaba desglosando un libro maldito. Regurgitaba cera de velas negras sobre una obra ajena, con total impunidad, y el médium que intervino en su cuento me había castigado. Entendí que su novela no fue escrita por él mismo, de hecho, ese libro estaba ya escrito desde antes de que se publicara, Dios sabrá en qué idioma. Él sólo lo expresó con su lengua materna mediante las pistas que le dejaba en el subconsciente aquel ente. La parte final del libro acabó con una frase inalienable en francés: Mort pour la liberté.
No tengo recuerdo de haber dejado ese trabajo. Por lo que mí respecta, acabé sumido en un sueño y ahora me veo aquí, en medio de una sala solitaria, junto a un cadáver¹ dormitando sobre unas hojas. Hace rato que dejé de abrir puertas, pues ya no me quedaban más.
¹N. del 2º T.: evidentemente, el traductor es el que está muerto en la sala, donde próximamente ahí espera mi cadáver, y el del siguiente dragomán*.
*N. del 3r T.: "dragomán" es el modo oriental para designar a un intérprete lingüístico.
Seguía y seguía abriéndolas, intentando encontrar algo más allá de un punto que me llevase al mismo, y así sucesivamente.
Lo último que recuerdo es que estaba en mi despacho, como de costumbre, traduciendo un libro y añadiendo mis propias notas acerca del libro. No recuerdo bien la historia, sólo sé que estaba escrito en cirílico y lo transcribía al catalán. Hòsties, pensaba mientras leía el libro. Su autor alimentaba los soliloquios del protagonista con elementos literarios y artísticos de tal complejidad que no me dejaban trabajar a gusto. Quise encargarme también de añadir notas y aclaraciones, ya que el texto en sí era muy denso y me obligaba a hacer prácticas dignas del metarrelato, dado que su riguroso personaje no dejaba de sumergirse en los profundos lagos de la metafísica.
En un momento de mi tarea como traductor, me di cuenta de que el escritor estaba asesinando a su dichoso personaje. Este se perdía en laberintos de retórica -pues trazaba caminos con las palabras entremezclados de un modo casi paranoide-, y no lograba salir de su propia trampa. Era como si padeciera una amnesia discontinua que no le permitía enlazar bien sus pensamientos. Empecé a tener dudas sobre si el autor en cuestión estaba seguro de lo que quería decir, y en la parte inferior del libro agregué:
N. del T.: el protagonista muere al final de un paro cardíaco, en una sala blanca de sanatorio. Y seguí tan campante traduciendo el libro. Elegí el paro cardíaco como alusión a las palabras antes mencionadas, estas representaban la sangre circulando de manera inconexa, y después, un ineludible parón.
Súbitamente, me quedé en shock; más tarde, en coma, después abriendo puertas, y luego hasta aquí. Estaba desglosando un libro maldito. Regurgitaba cera de velas negras sobre una obra ajena, con total impunidad, y el médium que intervino en su cuento me había castigado. Entendí que su novela no fue escrita por él mismo, de hecho, ese libro estaba ya escrito desde antes de que se publicara, Dios sabrá en qué idioma. Él sólo lo expresó con su lengua materna mediante las pistas que le dejaba en el subconsciente aquel ente. La parte final del libro acabó con una frase inalienable en francés: Mort pour la liberté.
No tengo recuerdo de haber dejado ese trabajo. Por lo que mí respecta, acabé sumido en un sueño y ahora me veo aquí, en medio de una sala solitaria, junto a un cadáver¹ dormitando sobre unas hojas. Hace rato que dejé de abrir puertas, pues ya no me quedaban más.
¹N. del 2º T.: evidentemente, el traductor es el que está muerto en la sala, donde próximamente ahí espera mi cadáver, y el del siguiente dragomán*.
*N. del 3r T.: "dragomán" es el modo oriental para designar a un intérprete lingüístico.
Ilustración de Moonassi. |
sábado, 6 de agosto de 2016
Oleaje onírico
Zozobramos en un mar vacío
inundados de dudas,
donde la arena fría no marca huellas
sino tus pasos en falso.
Nos transportan sin quererlo las olas del sonido,
el salitre anida de por vida en nuestros cabellos;
exhumando espuma por la boca y
enredándonos con algas hasta casi ahogarnos.
Rodeados de tábanos y con pececitos
mordiendo los residuos de nuestros pies,
no nos quedan fuerzas para iniciar el nado
y la tinta de nuestras pieles ya se ha corroído.
No vendrán en nuestra ayuda naves poéticas
ni traerán versos con buenas nuevas.
Solamente nos aguarda la reverberación de
la Luna en nuestro mar de dunas
de dudas llenas.
inundados de dudas,
donde la arena fría no marca huellas
sino tus pasos en falso.
Nos transportan sin quererlo las olas del sonido,
el salitre anida de por vida en nuestros cabellos;
exhumando espuma por la boca y
enredándonos con algas hasta casi ahogarnos.
Rodeados de tábanos y con pececitos
mordiendo los residuos de nuestros pies,
no nos quedan fuerzas para iniciar el nado
y la tinta de nuestras pieles ya se ha corroído.
No vendrán en nuestra ayuda naves poéticas
ni traerán versos con buenas nuevas.
Solamente nos aguarda la reverberación de
la Luna en nuestro mar de dunas
de dudas llenas.
Ilustración de Celeste Ciafarone |
sábado, 18 de junio de 2016
La delicadez de los suspiros
Se miraron. Súbitamente, se soltaron las manos. Sus circunloquios artísticos, virguerías acrobáticas y momentos de suspensión cerraron la función. Sol y Loquio eran una pareja de trapecistas de Bosnia-Herzegovina, con corazón yugoslavo.
Sol representa la luz brillante del proscenio, dejando tras de sí un rastro de pinturas de acuarelas. Loquio es la perfección formal de un soneto y el sentimentalismo instrínseco de un romántico francés. Ambos representan una obra desgarradora que se traduce en momentos de silencio, y en instantes en que el diálogo es acrobático, y no verbal.
Sol
Estoy sosteniendo a la Luna. Dime, ¿me soltarías sin más o dejarías que te quemara hasta escuchar gemir el vapor?
Loquio
Prefiero quemarme, así podría ser ceniza y estar presente en cada partícula de tu cuerpo; en cada pequeña ranura de tu tez.
Sol
¿Y por qué tener que soltarnos? ¿Por qué no estar en continua suspensión mientras los demás nos observan? ¿Es que acaso no funciona así, el amor? En la delicadez de los suspiros.
Loquio
Tenemos que soltarnos porque no hay otra cosa a la que aferrarse que no sea el calor helado. Ay, qué tópico el drama circense, y qué cierto es.
Sol
Y es que así somos: los incansables acróbatas, en la cuerda floja de la vida, sin dejarnos caer. Con la mirada puesta en nosotros dos, pendiendo del hilo que nos une. No podemos quedarnos varados en un punto permanente en el tiempo, pero si tuviera que elegir uno, sería este. No me sueltes.
Loquio
Amo el dolor ineludible del descenso. Aunque el hecho de no vernos las caras durante ese momento sea un total desengaño, aunque tenga que sentir la puntita de tus dedos en los míos en un segundo, es hermoso porque así nadie puede ver cómo lloro.
Desenlace, descontrol, desventura, despedida; desvivido destiempo decaído, defunción y destino desunido. Muchas palabras tristes llevan "des". Sol y Loquio llevan desquitándose del desquicio desmedido desde tiempos inauditos. Son la pareja del grito silencioso que recorre el funicular.
Ese (des)diálogo ha sido producido en un segundo y medio. Esos segundos representan el momento culmen de su obra: la tensión del público y la suspensión de las miradas de Sol y Loquio hicieron de un espectáculo poesía visual. ¿Por qué el caso de Sol y de Loquio? ¿Por qué estos dos bosnios cuyos nombres son de origen incierto?
Quizás por romantizar la tragedia que es el sosiego en tiempos de ruido intempestivo. Quizás sea porque el drama circense no es un mal argumento para una obra. O quizás sea por hacer una representación de una forma singular de ver el amor. Y no solo el amor, sino también las relaciones interpersonales.
Aunque, yendo un poquito más lejos, ¿quién dice que "Sol y Loquio" sea una pareja que comparte lecho y oficio? Ellos son solo un mero juego de palabras cuyo sentido es fácil de identificar. Lo interesante del asunto viene cuando uno se pregunta "¿Para quién es "mero" el hecho de que se llamen así? Quizá para una mente llana, o una mente que no profundice y solo disfrute con leer un poco por las tardes. Sol y Loquio no es ninguna pareja de enamorados, los cuales se (des)aman incondicionalmente, no.
Sol y Loquio es la representación de la relación de la cordura con la locura, sobreviviendo al riesgo del trapecio.
domingo, 5 de junio de 2016
Soledad en nuestras voces
Tres. Tres puntos. Puntos suspensivos. Tres suspendidos en un punto. Tres puntos que están en suspensión. Pinto tres puntos cuando el reloj marca las tres en punto. No dejo mis desvaríos ni a la de tres, y punto.
Empezó la novela con un juego de palabras sumamente nefario. ¿A quién no le gusta que un escritor divague? Como si nadie caminara con la intención de perderse alguna vez.
Este caso es parecido, su camino está marcado en prosa, y las letras son sus pisadas que dejan huella por la tinta.
Nuestro querido barbián irrumpirá en el relato de tanto en tanto. Les indicaré el camino con una fuente en cursiva, Dios salve a la cursiva. Imagínenme como un ente que les guía a medida que leen el relato. Yo seré el hilo conductor que os muestre los fragmentos alienados y los sensatos. No tengo cara, pero sí una voz: la vuestra.
Besando la arena de islas perdidas en el tiempo, intento restaurar la pérdida a destiempo de mis clepsidras vacías. Hay un sonido que escucho, una voz que me habla; dice que amansa fieras indomables, pero sé que es un cobarde. Pues se oculta tras el eco de una cabeza atormentada.
El aislamiento del mundo cuerdo me ha llevado a salas cuadriculadas, cuando yo sólo puedo ver hexágonos; con las paredes demasiado blancas, cuando mis ojos son cerúleos. En esta vereda no veo flores delicadas, sino un yermo abrupto. Mis pies sangrantes señalan la vía equivocada, una en que en cada paso, pierdes una vaharada. Tengo la mirada varada al sol, y ni así se seca mi llanto. Que un día me expliquen las nubes, por qué sobre mi girasol llueve tanto.
Despierto en el umbral del anochecer, desnudo y dibujado con tiza; comienza a llover.
Este párrafo se extravió en una noche de pesadillas continuas. En su mente no existe más protagonista que el que piensa, y finaliza siempre con una tragedia. ¡Carga con tanto ruido en ella! Como si el dolor gritase en mitad de la penumbra, con un gemido cortante.
A nuestra querida mónada se le hace cenizas el tiempo en sus manos. Como si sufriera una discalculia severa: no comprende que el tiempo es algo intangible y desleal; y que jamás podrá dejarse de ver bajo su yugo.
Los sueños suelen ser siempre recurrentes en nuestra niñez, pero él nunca ha podido dejar de lado
esa satisfacción que me brindaba imaginar, porque me veo pero no existo, y existo porque sueño
que quizá algún día le vayan las cosas mejor; pensamos que es un hijo de Calíope, asustado, y
mis amigos literarios y yo también merecemos una vida más allá del suelo mundano, que es el
dolor lo que más le ha marcado en su vida; pocos momentos felices compusieron su mente, pero
las calles andadas entre mares de desesperación y alcohol, no me impedirán que resurja de entre
los versos que un día alguien le escribió cuyo autor no se sabe quién pudo ser,
pero me quiso.
Empezó la novela con un juego de palabras sumamente nefario. ¿A quién no le gusta que un escritor divague? Como si nadie caminara con la intención de perderse alguna vez.
Este caso es parecido, su camino está marcado en prosa, y las letras son sus pisadas que dejan huella por la tinta.
Nuestro querido barbián irrumpirá en el relato de tanto en tanto. Les indicaré el camino con una fuente en cursiva, Dios salve a la cursiva. Imagínenme como un ente que les guía a medida que leen el relato. Yo seré el hilo conductor que os muestre los fragmentos alienados y los sensatos. No tengo cara, pero sí una voz: la vuestra.
Besando la arena de islas perdidas en el tiempo, intento restaurar la pérdida a destiempo de mis clepsidras vacías. Hay un sonido que escucho, una voz que me habla; dice que amansa fieras indomables, pero sé que es un cobarde. Pues se oculta tras el eco de una cabeza atormentada.
El aislamiento del mundo cuerdo me ha llevado a salas cuadriculadas, cuando yo sólo puedo ver hexágonos; con las paredes demasiado blancas, cuando mis ojos son cerúleos. En esta vereda no veo flores delicadas, sino un yermo abrupto. Mis pies sangrantes señalan la vía equivocada, una en que en cada paso, pierdes una vaharada. Tengo la mirada varada al sol, y ni así se seca mi llanto. Que un día me expliquen las nubes, por qué sobre mi girasol llueve tanto.
Despierto en el umbral del anochecer, desnudo y dibujado con tiza; comienza a llover.
Este párrafo se extravió en una noche de pesadillas continuas. En su mente no existe más protagonista que el que piensa, y finaliza siempre con una tragedia. ¡Carga con tanto ruido en ella! Como si el dolor gritase en mitad de la penumbra, con un gemido cortante.
A nuestra querida mónada se le hace cenizas el tiempo en sus manos. Como si sufriera una discalculia severa: no comprende que el tiempo es algo intangible y desleal; y que jamás podrá dejarse de ver bajo su yugo.
Los sueños suelen ser siempre recurrentes en nuestra niñez, pero él nunca ha podido dejar de lado
esa satisfacción que me brindaba imaginar, porque me veo pero no existo, y existo porque sueño
que quizá algún día le vayan las cosas mejor; pensamos que es un hijo de Calíope, asustado, y
mis amigos literarios y yo también merecemos una vida más allá del suelo mundano, que es el
dolor lo que más le ha marcado en su vida; pocos momentos felices compusieron su mente, pero
las calles andadas entre mares de desesperación y alcohol, no me impedirán que resurja de entre
los versos que un día alguien le escribió cuyo autor no se sabe quién pudo ser,
pero me quiso.
sábado, 21 de mayo de 2016
Dos amantes
En ocasiones me gustaría que mi cara fuese como un palíndromo. Perfectamente simétrico, sin margen de error. Quizá con algún ligero desnivel, pero nada destacable, sólo para que se notara el efecto de la naturaleza. A veces tengo estos pensamientos. Los clasifico como de tipo “fugaz”, pues son efímeros en mi mente. Aunque nunca estoy seguro de cuándo un pensamiento es fugaz y cuándo no. ¿Existirá el tiempo en la mente? Porque si es así estoy condenado a la eternidad de la primera persona del singular.
Escucho alaridos en mi cabeza. Llega alguien, toca la puerta y luego dice toc, toc. Y yo no digo quién es, porque ya lo sé. Aunque es extraño, luego se reproduce un diálogo. Lógicamente es como si sólo hablara yo, pero me imagino lo que el otro interlocutor diría. Toc, toc; adelante, pase; disculpe, ¿tiene tiempo para que le hable Del sentimiento trágico de la vida?; lo siento, pero no, estoy demasiado ocupado; ¿con qué?; pensando; ¿en qué?; en que pensamos demasiado.
Me parece que estás desvariando. Es más, creo que te has infiltrado clandestinamente en mi relato y sin avisarme. La próxima vez que incurras así te borraré y punto. ¿Hasta qué punto debería tolerar esto? Interfiere mi subconsciente en mi tarea y va y me escribe dos párrafos. Si es que nunca me deja tranquilo. Ojalá tuviera la llave del desván de mi cabeza, así podría amansar un poco a la fiera surrealista.
Ahora no sé ni a quién me dirijo, ya me ha hecho el lío, vaya. Tranquilidad, tranquilidad, estoy muy bien. Nada. No hay nada. Nada pasa por mi mente. Mi mente pasa por la la nada. La nada pasa porque le deja pasar mi mente. Yo no digo nada. La nada es al río como el todo es al mar. Las olas son el rugir viento, y todas las olas el mar. Vale, parece que ya todo vuelve a la (a)normalidad.
Camino por distintas calles con el mismo nombre. Al final siempre me encallo en la peor rue. Nunca me salgo de este sentimiento apopléjico. Soy el marino que con ojo de pez comanda el holandés letrante. Y naufrago en un mar de palabras ancladas, perdido en los versos acrósticos de un poema apócrifo.
Me duele pensar que hemos acabado con nocedades para que otros pudieran escribir en papel sus necedades. Algunos hacemos del arte nuestro juguete, pero tomándonoslo como algo muy serio. Más bien, el arte no es un juguete, sino algo con lo que se puede jugar. Aunque hay quien se empeña en jugársela al arte, con un resultado previsiblemente patético. Me desvío del tema. No digo nada.
Creo que ya sé cuál es el problema. Me abro demasiado con las personas. Y eso ha hecho que dejase el ventanal de mi subconsciente abierto. Mejor me quedo quieto y callado. Soy todo un despistado. A la mínima dejo que me dome(n). ¿Tendré algún sueño lúcido después de acabar el texto? Espero que no. Seguro que volvería a dejarme alguna ranura de mi pensamiento abierta. A parte de esto, lo más probable es que hiciera una continuación de este escrito. Así soy. A mí no me paran de escribir ni soñando. Sea aquí o en un limbo desconocido. Siempre estaré presente en todas y cada unas de las letras que un día compuse. No somos inmortales. Aunque átomos astrales nos erigieron, y eso nos hace grandes.
Ilustración de @Amarilloindio |
domingo, 24 de abril de 2016
Recuerdo caído
I
Los recuerdos siempre se caen,
desbocan de tu memoria
y son estos los que naufragan
en el mar de la nada.
A tu paso se marchitan las rosas
de tiempos pasados;
qué inexorable es la vida
si no la cuidas.
Y a la vez te sientes magullado y confuso,
nadie te hubo contado que el tiempo
es un elixir caliginoso y difuso.
II
Hubo recuerdos que abrieron
llagas en tu mente,
donde tomas contacto contigo mismo
intentando dibujar con la tinta de tu imaginación
recuerdos perdidos;
una tinta cuya fugacidad responde
al mero tacto con el papel.
Nunca te percataste de que tú eras el papel,
y que la tinta no es más que la lágrima nostálgica.
jueves, 17 de marzo de 2016
Rozo su boca
Brota el magnetismo de sus labios
en mis dedos, que suavemente
desdibujan los contornos de su boca,
recordando la forma que tenían sus besos.
Recuerdo que recogiste
las páginas arrancadas de mi diario,
en el suelo húmedo
de nuestra habitación.
Desde ese momento supiste
que mis lágrimas fueron
quienes corroyeron las palabras
de los resquebrajados papeles.
Roza mis dedos, con su boca ella
recorre la yema de mi dedo índice,
acariciándola con ternura,
como si fuese un esponjoso algodón de azúcar.
Y a pellizquitos se comió aquel dulce amar,
lentamente para que dé la impresión de que
nunca iba a terminar.
en mis dedos, que suavemente
desdibujan los contornos de su boca,
recordando la forma que tenían sus besos.
Recuerdo que recogiste
las páginas arrancadas de mi diario,
en el suelo húmedo
de nuestra habitación.
Desde ese momento supiste
que mis lágrimas fueron
quienes corroyeron las palabras
de los resquebrajados papeles.
Roza mis dedos, con su boca ella
recorre la yema de mi dedo índice,
acariciándola con ternura,
como si fuese un esponjoso algodón de azúcar.
Y a pellizquitos se comió aquel dulce amar,
lentamente para que dé la impresión de que
nunca iba a terminar.
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