domingo, 5 de junio de 2016

Soledad en nuestras voces

Tres. Tres puntos. Puntos suspensivos. Tres suspendidos en un punto. Tres puntos que están en suspensión. Pinto tres puntos cuando el reloj marca las tres en punto. No dejo mis desvaríos ni a la de tres, y punto.

Empezó la novela con un juego de palabras sumamente nefario. ¿A quién no le gusta que un escritor divague? Como si nadie caminara con la intención de perderse alguna vez.
Este caso es parecido, su camino está marcado en prosa, y las letras son sus pisadas que dejan huella por la tinta.
Nuestro querido barbián  irrumpirá en el relato de tanto en tanto. Les indicaré el camino con una fuente en cursiva, Dios salve a la cursiva. Imagínenme como un ente que les guía a medida que leen el relato. Yo seré el hilo conductor que os muestre los fragmentos alienados y los sensatos. No tengo cara, pero sí una voz: la vuestra.

Besando la arena de islas perdidas en el tiempo, intento restaurar la pérdida a destiempo de mis clepsidras vacías. Hay un sonido que escucho, una voz que me habla; dice que amansa fieras indomables, pero sé que es un cobarde. Pues se oculta tras el eco de una cabeza atormentada. 
El aislamiento del mundo cuerdo me ha llevado a salas cuadriculadas, cuando yo sólo puedo ver hexágonos; con las paredes demasiado blancas, cuando mis ojos son cerúleos. En esta vereda no veo flores delicadas, sino un yermo abrupto. Mis pies sangrantes señalan la vía equivocada, una en que en cada paso, pierdes una vaharada. Tengo la mirada varada al sol, y ni así se seca mi llanto. Que un día me expliquen las nubes, por qué sobre mi girasol llueve tanto. 
Despierto en el umbral del anochecer, desnudo y dibujado con tiza; comienza a llover. 

Este párrafo se extravió en una noche de pesadillas continuas. En su mente no existe más protagonista que el que piensa, y finaliza siempre con una tragedia. ¡Carga con tanto ruido en ella! Como si el dolor gritase en mitad de la penumbra, con un gemido cortante.
A nuestra querida mónada se le hace cenizas el tiempo en sus manos. Como si sufriera una discalculia severa: no comprende que el tiempo es algo intangible y desleal; y que jamás podrá dejarse de ver bajo su yugo.

Los sueños suelen ser siempre recurrentes en nuestra niñez, pero él nunca ha podido dejar de lado

esa satisfacción que me brindaba imaginar, porque me veo pero no existo, y existo porque sueño 

que quizá algún día le vayan las cosas mejor; pensamos que es un hijo de Calíope, asustado, y

mis amigos literarios y yo también merecemos una vida más allá del suelo mundano, que es el 

dolor lo que más le ha marcado en su vida; pocos momentos felices compusieron su mente, pero

las calles andadas entre mares de desesperación y alcohol, no me impedirán que resurja de entre 

los versos que un día alguien le escribió cuyo autor no se sabe quién pudo ser,

pero me quiso. 









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