domingo, 24 de diciembre de 2017

Reminiscencia programada

Con los pies anegados, reflexiona sobre lo absurdo de su situación. Ha de sumergirse en el río para llegar hasta los infiernos. Un infierno donde no le espera un barquero huraño que le cobra un peaje, ni un can de tres cabezas; no le espera nada ni nadie, solamente un remanso de paz y descanso.

  Mira su propia figura en el agua. Sobre su cabeza se mece el reflejo de la Luna y su arcano significado. Sonríe y piensa: todo fluye. Se acuerda de viejas canciones, de amor y sabores que le trajeron la vida. O que al menos le dieron cierto sentido. Pero el nefario destino y el veneno de una sierpe se lo arrebató. ¿Cómo alguien puede tener fe en las personas?, se pregunta, tras la muerte ominosa, horrible y, ante todo, cotidiana, de la persona que él amaba. En este cuento no quedaste impune, apicultor infame.

  Y en ese momento, empieza a caminar río adentro. Está dispuesto a reencontrarse. Consigo mismo, con ella, no lo sabe. Lo satisfactorio es que no lo sabe. Por primera vez camina sin dirección alguna. Deja tras de sí un camino de gotitas de sangre, que se deslizan del puñal que sustituyó por la guitarra.

Y mientras se sume en las aguas de Neptuno, murmulla: «Eurídice, Eurídice...»

James McNeill Whistler

lunes, 4 de diciembre de 2017

Óbices

Sustituimos la lira por el rumor
del río que lleva una cabeza en su caudal.
Tus ojos almendrados
por mi mirada amedrentada.

¿Qué nos ha pasado,
oh, hija de Euterpe?
¿Es que te has cansado
de morderme dulcemente
con tu canto?

El auspicio me revela
la necesidad urgente de un óbolo.
Serapis ha dejado
coagular mis heridas
y el alma me pesa
más que el corazón
o la pluma de un juicio
que ya he perdido.