martes, 14 de agosto de 2018

...y te levanto

   A ti que me lees, yo sé que te molesta cuando las cosas toman un rumbo que quizá no es el suyo, que quizá no es el camino natural de esas cosas que aún siendo únicamente clasificables como «cosas» siguen siendo importantes. Como si fuera obligatorio que el dos fuera después del uno. Ese «orden natural» que parece un artificio, un autoengaño de nuestra mente.

   Sé que Anastasia ahora mismo piensa en Claude. Ambas están enfadadas porque una le dice a la otra que es tan pero luego replica su semejante que no sabe qué es ser tan. Ellas son tan. Y aunque ellas no lo sepan yo sé que ambas miran con los mismos ojos a la gran gota que está a punto de desbordarse por su ventana. Ambas piensan en llamarse e imaginan qué clase de conversación podrían tener.

—He tocado el piano esta tarde.
—¿Bach?
—Mozart.
—Lautrec.
—Boba.
—Claude.

   Me apena un poco que me hagan pensar en Aquiles y Patroclo. Un amor fallido, un amor muerto porque ninguno de los dos supo decirle al otro que lo quería. Al menos uno de los dos no supo, o al menos no hasta que llegó aquel día de desgarramiento y Aquiles tuvo que aceptar que su verdadero punto débil fue la muerte de su amado y no su talón.

   Algunas personas son lo suficientemente arriesgadas como para amar a alguien que no sean ellos mismos o algún animalito entrañable. No lo criticaré, pero nunca he llegado a comprenderlo. Anastasia y Claude tampoco lo entienden, pero sienten algo, intuyen algo que no puede pasar jamás por el intelecto y racionalizarlo.

   Y qué curioso que el único momento en que se buscan sea el sueño. Que cada una en su propia vigilia ansíe encontrarse la una con la otra, o que la otra se encuentre con la una. Y es el único momento en que las palabras, el entendimiento, se transforma en besos y abrazos y calor y un dolor dulce les recuerda que han de despertar.

—¿Qué tal has dormido hoy?
—¿Estaba durmiendo?
—La flecha de Paris.
—El arco de Skadi.
—Te caes...
—...y te levanto.


Lucretia, Béla Tarcsay