Caigo en la incertidumbre de un panteón onírico;
en el desiderátum de un ciego de volver a ver,
en la vertiginosa certeza del anciano que sabe
que su muerte se aproxima, bajo el compás
de unos versos perdidos en busca del sentido lírico;
pienso que el poeta deduce o imagina el saber,
y que la tinta y el papel conforman un jarabe:
la baba del Diablo que juró no probar jamás
Adán, quien cayó en manos del pecado
exculpándose sobre la curiosidad de Eva;
y la impertinencia de la lengua viperina
de un ofidio glauco y de reflejos dorados;
desde el inicio caigo, pero en mí algo se eleva:
y es el despertar de la ensoñación vespertina.
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