sábado, 20 de agosto de 2016

Las lunas del subconsciente

Hubo un momento en el que no pude dejar de abrir puertas. Girar el pomo, a veces redondo y otras veces de forma aguileña, en el que tenía que hacer una fuerza suspensoria; para luego pasar y encontrarse otra puerta. Puerta tras puerta, con esa palabra inmortal incrustada en las puertas de mi mente. Ni siquiera podía cambiar de palabra; ni pórtico, ni portal, ni tan sólo umbral aunque fuera.
Seguía y seguía abriéndolas, intentando encontrar algo más allá de un punto que me llevase al mismo, y así sucesivamente.
Lo último que recuerdo es que estaba en mi despacho, como de costumbre, traduciendo un libro y añadiendo mis propias notas acerca del libro. No recuerdo bien la historia, sólo sé que estaba escrito en cirílico y lo transcribía al catalán. Hòsties, pensaba mientras leía el libro. Su autor alimentaba los soliloquios del protagonista con elementos literarios y artísticos de tal complejidad que no me dejaban trabajar a gusto. Quise encargarme también de añadir notas y aclaraciones, ya que el texto en sí era muy denso y me obligaba a hacer prácticas dignas del metarrelato, dado que su riguroso personaje no dejaba de sumergirse en los profundos lagos de la metafísica.

En un momento de mi tarea como traductor, me di cuenta de que el escritor estaba asesinando a su dichoso personaje. Este se perdía en laberintos de retórica -pues trazaba caminos con las palabras entremezclados de un modo casi paranoide-, y no lograba salir de su propia trampa. Era como si padeciera una amnesia discontinua que no le permitía enlazar bien sus pensamientos. Empecé a tener dudas sobre si el autor en cuestión estaba seguro de lo que quería decir, y en la parte inferior del libro agregué:
N. del T.: el protagonista muere al final de un paro cardíaco, en una sala blanca de sanatorio. Y seguí tan campante traduciendo el libro. Elegí el paro cardíaco como alusión a las palabras antes mencionadas, estas representaban la sangre circulando de manera inconexa, y después, un ineludible parón.
Súbitamente, me quedé en shock; más tarde, en coma, después abriendo puertas, y luego hasta aquí. Estaba desglosando un libro maldito. Regurgitaba cera de velas negras sobre una obra ajena, con total impunidad, y el médium que intervino en su cuento me había castigado. Entendí que su novela no fue escrita por él mismo, de hecho, ese libro estaba ya escrito desde antes de que se publicara, Dios sabrá en qué idioma. Él sólo lo expresó con su lengua materna mediante las pistas que le dejaba en el subconsciente aquel ente. La parte final del libro acabó con una frase inalienable en francés: Mort pour la liberté.

No tengo recuerdo de haber dejado ese trabajo. Por lo que mí respecta, acabé sumido en un sueño y ahora me veo aquí, en medio de una sala solitaria, junto a un cadáver¹ dormitando sobre unas hojas. Hace rato que dejé de abrir puertas, pues ya no me quedaban más.

¹N. del 2º T.: evidentemente, el traductor es el que está muerto en la sala, donde próximamente ahí espera mi cadáver, y el del siguiente dragomán*. 

*N. del 3r T.: "dragomán" es el modo oriental para designar a un intérprete lingüístico. 



Ilustración de Moonassi.

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