Brota el magnetismo de sus labios
en mis dedos, que suavemente
desdibujan los contornos de su boca,
recordando la forma que tenían sus besos.
Recuerdo que recogiste
las páginas arrancadas de mi diario,
en el suelo húmedo
de nuestra habitación.
Desde ese momento supiste
que mis lágrimas fueron
quienes corroyeron las palabras
de los resquebrajados papeles.
Roza mis dedos, con su boca ella
recorre la yema de mi dedo índice,
acariciándola con ternura,
como si fuese un esponjoso algodón de azúcar.
Y a pellizquitos se comió aquel dulce amar,
lentamente para que dé la impresión de que
nunca iba a terminar.
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