Ahora ya sólo nos podemos buscar en lo más profundo
de nuestras letras.
Se han desdibujado las palabras que recorrieron mi espalda
con un susurro frío.
Y las noches ya no me interesan,
pues en ellas dejé de poder enredarme entre tus versos;
sólo podría conocer el fracaso
que supone la negación de un simple beso.
En la cama, sólo puedo reflexionar sobre lo que es,
lo que podría ser y no será;
desviar mi mirada,
pensando que si cierro mis párpados,
un día nuevo nacerá.
Y ni tan siquiera tengo ventanas
que den al exterior en mi habitación.
Si las tuviera podría dejar de sentir el dolor
que supone saber que eres el único que pasa frío,
cuando los que te rodean exhuman calor.
Si tuviera ventanas en mi habitación,
el tintineo de las gotas cayendo en éstas,
el rocío reflejando nuevos amaneceres,
quizá podrían hacer que me replantee
la posibilidad de volver a quererme,
pero me temo que
somos partículas de una hojarasca
que no es perenne.
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