Caigo en la incertidumbre de un panteón onírico;
en el desiderátum de un ciego de volver a ver,
en la vertiginosa certeza del anciano que sabe
que su muerte se aproxima, bajo el compás
de unos versos perdidos en busca del sentido lírico;
pienso que el poeta deduce o imagina el saber,
y que la tinta y el papel conforman un jarabe:
la baba del Diablo que juró no probar jamás
Adán, quien cayó en manos del pecado
exculpándose sobre la curiosidad de Eva;
y la impertinencia de la lengua viperina
de un ofidio glauco y de reflejos dorados;
desde el inicio caigo, pero en mí algo se eleva:
y es el despertar de la ensoñación vespertina.
miércoles, 21 de diciembre de 2016
domingo, 11 de diciembre de 2016
El paradigma de Uróboros
Mucha gente opina sobre la injusticia que es la muerte, el trato que tiene con sus clientes, "sus formas", de las cuales se dice que, quizás, no sean las más adecuadas, y que, en todo caso, debería replantearse cambiar de sector laboral; pero en cambio otros, opinan que es la vida la injusta, dado que, como una déspota, no te permite elegir ni nombre ni sexo; ni familia ni país, por lo que, sin tú ser dueño de ti mismo (y tu circunstancia) caes en manos -invisibles, si se trata de una sociedad de tipo occidental- del azar.
Aunque muy poca gente se queja, arguye o discute sobre la injusticia del ser humano. Bueno, qué digo, señores, ¡claro que hay gente que protesta! Y mucha gente-de-tipo-protesta pertenece a un sector clave de la población: la que hay que salvar de la injusticia humana.
Imagínese caminar por la ciudad, cual emporio en su apogeo; luces, bullicio mercantil, aromas, ¡sabores...! Pero algo falla. No encuentra sentido alguno, durante el paseo, a todo lo que ocurre a su alrededor. Pamplinas, no pasa nada. Usted continúe con el paseo. El caso es, el quid de la cuestión es, el asunto, o el tema, es que dicha gente-que-protesta-por-nosotros suelen convivir con una desidia invisible (como la mano), un dolor que tarde o temprano aparecerá como si les cayera un rayo, una intensa desazón cuando descubran la fatalidad, el error cometido incesantemente y sin partida de regreso. No tuvieron en cuenta la injusticia del ser humano.
A veces me pregunto si el ser humano es ser una injusticia en sí, o si ser humano es una injusticia por sí sola, o si la injusticia recae sobre el ser humano como la nata sobre la leche y como la leche sobre el café. Tratándose del último caso, dicha injusticia no podría ir acompañada del complemento determinativo "del ser humano", pues quien la realiza dudablemente puede encajar en los convencionalismos de la palabra "humano". Rehilando el monólogo, me gustaría dejar bien clara la idea: esta rueda que es el mundo no avanza. Aceptaré que haya gente que esté dormida, cada cual requiere su tiempo para despertarse, no es ningún crimen, pero será intolerable quien -y siguiendo la corriente metafórica- con total impunidad, trate de impedir poder despertar a los demás.
El sector-que-hay-que-salvar anteriormente mencionado está siendo injustamente vapuleado por el resto, al cual intento referirme en esta parte del texto. Se acuden a manifestaciones, actos y asambleas de tres horas, donde compañeros y compañeras han de soportar la impertinencia del mundo que les rodea, donde los gritos que velan por la seguridad son silenciados a golpe de porrazo (nunca mejor dicho); donde se juzga y llena de oprobios a quien trata de luchar por unos derechos que nos pertenecen a todos. Nadie va a revolucionarse por ciencia infusa, todo el mundo es consciente de ello.
La nostalgia es buena, pero la esperanza es mejor, dicen, pero ¿qué esperanza? Si al tratar de iniciar el funcionamiento de una rueda antes te ponen un gato, o sino (y esto les viene muchísimo mejor) te ponen un impuesto, el cual sube con cada candidatura de gobierno diferente, porque la energía cinética de la rueda puede obtenerse de manera no lucrativa, y ello supone un avance. Para otros, un peligro.
Luego, hay otro tipo de ser humano, que se enfrenta junto a otro, y ambos, pertenecen al mismo sector el cual hemos de defender. El primero es el homo claudico, es decir, "el hombre que claudica" (se sobreentiende que por "hombre" decimos "humano", pero se recalca porque sino sería muy arbitrario), el hombre que se deja llevar por su mar de enojos y frustraciones y abandona todo proyecto de vida común.
Sin embargo, a contracorriente, se encuentra con el homo sperare, "el hombre que tiene esperanza", aquel que no permitirá que, por muchos sinsudores, lamentaciones, actos fallidos o sabotajes, la humanidad desista ante la injusticia, porque quedarse impávido ante esta, sería muy injusto.
Y mientras que usted sigue caminando, deteniéndose en los escaparates, probablemente rotos y saqueados en un futuro por la necesidad, continúe pensando, hasta llegar a casa, desvestirse y meterse en la ducha, acerca de las personas que velan (y no duermen al vivir en constante ruido) porque usted, y los hijos que Dios no lo quiera que tenga, puedan cerrar este circo, y cortar definitivamente la cadena de injusticias que se iniciaron desde el descubrimiento del ser humano.
Aunque muy poca gente se queja, arguye o discute sobre la injusticia del ser humano. Bueno, qué digo, señores, ¡claro que hay gente que protesta! Y mucha gente-de-tipo-protesta pertenece a un sector clave de la población: la que hay que salvar de la injusticia humana.
Imagínese caminar por la ciudad, cual emporio en su apogeo; luces, bullicio mercantil, aromas, ¡sabores...! Pero algo falla. No encuentra sentido alguno, durante el paseo, a todo lo que ocurre a su alrededor. Pamplinas, no pasa nada. Usted continúe con el paseo. El caso es, el quid de la cuestión es, el asunto, o el tema, es que dicha gente-que-protesta-por-nosotros suelen convivir con una desidia invisible (como la mano), un dolor que tarde o temprano aparecerá como si les cayera un rayo, una intensa desazón cuando descubran la fatalidad, el error cometido incesantemente y sin partida de regreso. No tuvieron en cuenta la injusticia del ser humano.
A veces me pregunto si el ser humano es ser una injusticia en sí, o si ser humano es una injusticia por sí sola, o si la injusticia recae sobre el ser humano como la nata sobre la leche y como la leche sobre el café. Tratándose del último caso, dicha injusticia no podría ir acompañada del complemento determinativo "del ser humano", pues quien la realiza dudablemente puede encajar en los convencionalismos de la palabra "humano". Rehilando el monólogo, me gustaría dejar bien clara la idea: esta rueda que es el mundo no avanza. Aceptaré que haya gente que esté dormida, cada cual requiere su tiempo para despertarse, no es ningún crimen, pero será intolerable quien -y siguiendo la corriente metafórica- con total impunidad, trate de impedir poder despertar a los demás.
El sector-que-hay-que-salvar anteriormente mencionado está siendo injustamente vapuleado por el resto, al cual intento referirme en esta parte del texto. Se acuden a manifestaciones, actos y asambleas de tres horas, donde compañeros y compañeras han de soportar la impertinencia del mundo que les rodea, donde los gritos que velan por la seguridad son silenciados a golpe de porrazo (nunca mejor dicho); donde se juzga y llena de oprobios a quien trata de luchar por unos derechos que nos pertenecen a todos. Nadie va a revolucionarse por ciencia infusa, todo el mundo es consciente de ello.
La nostalgia es buena, pero la esperanza es mejor, dicen, pero ¿qué esperanza? Si al tratar de iniciar el funcionamiento de una rueda antes te ponen un gato, o sino (y esto les viene muchísimo mejor) te ponen un impuesto, el cual sube con cada candidatura de gobierno diferente, porque la energía cinética de la rueda puede obtenerse de manera no lucrativa, y ello supone un avance. Para otros, un peligro.
Luego, hay otro tipo de ser humano, que se enfrenta junto a otro, y ambos, pertenecen al mismo sector el cual hemos de defender. El primero es el homo claudico, es decir, "el hombre que claudica" (se sobreentiende que por "hombre" decimos "humano", pero se recalca porque sino sería muy arbitrario), el hombre que se deja llevar por su mar de enojos y frustraciones y abandona todo proyecto de vida común.
Sin embargo, a contracorriente, se encuentra con el homo sperare, "el hombre que tiene esperanza", aquel que no permitirá que, por muchos sinsudores, lamentaciones, actos fallidos o sabotajes, la humanidad desista ante la injusticia, porque quedarse impávido ante esta, sería muy injusto.
Y mientras que usted sigue caminando, deteniéndose en los escaparates, probablemente rotos y saqueados en un futuro por la necesidad, continúe pensando, hasta llegar a casa, desvestirse y meterse en la ducha, acerca de las personas que velan (y no duermen al vivir en constante ruido) porque usted, y los hijos que Dios no lo quiera que tenga, puedan cerrar este circo, y cortar definitivamente la cadena de injusticias que se iniciaron desde el descubrimiento del ser humano.
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