No me quedó otra. Hundí el cuchillo en su cuello. Su risa espantosa estaba perturbándome desde hacía horas. Cada palabra que soltaba por esa boca me irritaba más por dentro. Tan solo conversábamos. Discutíamos acerca de política actual y sobre el medio ambiente. No podía con su risa. Deja de reírte. Por favor. Cállate. Escúchame cuando te hablo.
Llegó a un punto en que no hubo debate posible. Uno argumentaba y otro no hacía más que desternillarse. Se reía de mí. Cabronazo. Merecía morirse. Yo estaba preocupado por la situación de la izquierda progresista y él solo se descojonaba vivo. Quise desnucarlo ahí mismo. Preferí ir por la vía sanguinolenta.
Qué espejo más horrible.
Para no ser reproducido, René Magritte |