arrastra mi cadáver hasta tu alcoba
como hiciste con Héctor priámida,
ay, hijo de Tetis, Pélida de los pies ligeros;
mi afán lisonjero te hace bullir
la sangre.
No es mi culpa, Amor, sino la de Homero;
él, de corazón ciego,
no quiso que tu madre bañase
tu cuerpo entero;
él, viendo aún invidente,
compuso la ironía de tu belleza apolínea.
Agoreros trágicos,
barahúndas emocionales airadas.
Caballos de plástico
y dentro soldaditos de plomo.
Alzamiento de lanzas y espadas,
solo la muerte de Áyax
quedó clavada.
Dioses nunca fueron buenos.
Artemisa es un ciervo.
Dafne es un laurel.
Apolo un violador
que amanece.
Eros no cree en el amor
más que en la muerte.
Aquiles compungido escucha la lira
de Orfeo en el infierno.
No se sabe quién, pero se oye a alguien sonreír con una dulzura maligna.
Fin del ensayo.
Amor vincit omnia, Caravaggio. |